Sometimes a man may believe he is inviting a woman to dance by look, but he isn’t. He might walk right up to her with a quizzical expression or a visual invitation but too near. He might say nothing but hold out his hand. This isn’t an invitation, it’s an imposition, reason enough to look away, or studiously avoid him. If, cornered, she says ‘no thank-you’, she puts a clear end to it, but he has effectively forced her to engage directly when perhaps she would rather not have.
I have never seen a man who has cornered a woman and been told verbally, no thank you, still insist. Never. Because that would be harassment. It gives me pause to reflect that when I was cornered, just before a social dance and said no, for the umpteenth time, but the person still insisted, it caused so much harm. I have often wondered why the damage from that day has been so lasting. I have thought about karma: the consequences of your intentions and your actions. I did get angry because I was harassed, trapped, shocked, horrified. But such insistence is not normal, would never be acceptable in the milonga, so the fallout is not so surprising.
For some men, especially men from cultures with a stronger concept of machismo and male pride than here, and for me, as it happens, when inviting a woman to dance, a rejection once often means they will not invite her again. Maybe she didn’t want to dance right then, for any number of reasons, but if he forced her to commit to an acceptance or a refusal then that decision could be long-standing. The guy may justify it to himself: Oh well, at least I know now. But were the means to arrive at that knowledge justified?
Janis says men are walking up to invite more now, that the codes of the milongueros viejos are disappearing, but I suspect they will endure.
When imposition - a form of force - is involved, choice is absent.
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A veces un hombre puede creer que está invitando a bailar a una mujer con el cabeceo, pero no es así. Puede que se acerque a ella con una expresión inquisitiva o una invitación visual, pero demasiado cerca. Puede que no diga nada, pero que le tienda la mano. Esto no es una invitación, es una imposición, razón suficiente para apartar la mirada o evitarlo. Si, acorralada, ella le dice verbalmente "no, gracias", pone fin a la situación, pero él la ha obligado a entablar una relación directa cuando quizá ella preferiría no hacerlo.
Nunca he visto a un hombre que haya acorralado a una mujer y se le haya dicho "No, gracias", verbalmente, seguir insistiendo. Jamás. Porque eso sería acoso y abuso. Me da que pensar que cuando me acorralaron, justo antes de un baile social y dije que no, por enésima vez, pero la persona siguió insistiendo, me causó tanto daño. A menudo me he preguntado por qué el daño de aquel día ha sido tan duradero. He pensado en el karma: las consecuencias de tus intenciones y tus actos. Me enfadé porque me sentí acosada, atrapada, conmocionada, horrorizada. Pero tal insistencia no es normal, nunca sería aceptable en la milonga, así que el daño resultante no es tan sorprendente.
Para algunos hombres, especialmente los de culturas con un concepto del machismo y el orgullo masculino más fuerte que aquí, y para mí, cuando se invita a una mujer a bailar, un rechazo una vez suele significar que nunca se la volverá a invitar. Puede que ella no quisiera bailar en ese momento, por muchas razones, pero si él la obligó a comprometerse a aceptar o rechazar, esa decisión podría ser duradera. El tipo podría justificárselo a sí mismo: Bueno, al menos ahora lo sé. Pero, ¿estaban justificados los medios para llegar a ese conocimiento?
Janis dice que ahora los hombres se acercan más a invitar, que los códigos de los milongueros viejos están desapareciendo, pero sospecho que perdurarán.
Cuando se trata de imposición, que es una forma de fuerza, la elección está ausente.
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